En esta ocasión decidí abordar parte de la labor heurística que como investigadores de dichas culturas nos enfrentamos día con día. Nos saltan a la mente interrogantes sobre cómo abordar el período prehispánico si prácticamente no contamos con nada, intentamos reconstruir tal período con base a quién o a quiénes.
Por ello quisiera comentarles que en la historia de las antiguas culturas mesoamericanas, la fase mexica abarca para ser casi exactos un siglo, ya que los mexicas expandieron, a partir de 1430, su dominio en el Valle de México sobre los pueblos nahuas emparentados con ellos.
Entonces lo que se designa en documentos españoles como un gran "imperio azteca" resulta ser, después de un exámen más detenido un conjunto de pequeñas provincias diseminadas, tributarias de los mexicas y gobernadas desde las plazas fuertes del Valle de México.
Nuestro conocimiento preciso de la cultura mexica al momento del contacto europeo resulta por ende truculento por no decir asombroso como lo considera el arqueólogo Walter Krickeberg ( Krickeberg, Walter; "Las antiguas culturas mexicanas", p.16.) cuando nos damos cuenta que el descubrimiento y la conquista de estas cultura mesoamericanas se debió en mínima medida al deseo de ampliar el horizonte geográfico y etnológico de los pueblos europeos.
Fue mucho más fuerte el afán de expansión económica, expresado primero en una desenfrenada ansia de metales preciosos y otro tipo de valores, acompañada posteriormente de una fé fanatizada en su misión de convertir a los "paganos" en cristianos.
Bajo este contexto las empresas de los conquistadores se caracterizaron desde sus inicios por una brutal explotación y la conversión forzosa de los pueblos sojuzgados; pero a la batalla que dan los conquistadores, continuó durante mucho tiempo después de los primeros años de Conquista, aunque esta vez al mando de los misioneros y religiosos venidos a estas tierras desde España.
Juan de Zumárraga, quien llegó a México en 1528 y fue nombrado en 1547 primer arzobispo de la capital, se alaba en una carta dirigida en 1531 a la orden Franciscana de Tolosa, de que las manos de sus monjes habían arrasado hasta la fecha 500 templos indígenas y despedazado 20000 de sus ídolos. No es de sorprendernos pues él mismo dirigió la destrucción de vaarios sitios y mandó quemar todos los archivos de Texcoco.
Por su parte el segundo obispo de Yucatán, Diego de Landa, no se quedó atrás en su "Auto de Fe" en Maní en 1562 quemando públicamente "muchos libros históricos del viejo Yucatán, que narraban sus principios e historia y eran de gran valor".
El resultado de tal vandalismo fue la reducción a una pequeña fracción de lo que fuera el rico tesoro de documentos históricos y simbólicos de los mexicas y mayas y demás pueblos mesoamericanos.
Aquí viene un gran dilema para la selección de documentos propiamente mesoamericanos como fuente de investigación histórica pues hoy día sólo se han conservado 20 códices de tiempos mesoamericanos, entre ellos 4 mexicas y 3 mayas.
El contenido de la mitad de ellos es religioso o sirvieron de calendario y augurio. Ninguno de los mayas, y sólo 1 mexica aborda temas históricos, de manera que la historia de estas dos culturas mesoamericanas, ya no es accesible a través de documentos mesoamericanos.
Paradójicamente, los mismos españoles remediaron en parte el daño causado por la rapacidad y la ignorancia durante la Conquista y primeros tiempos de la Colonia. Pues, algunos religiosos y funcionarios
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